Sinbad: La leyenda de los siete mares no es solo una película, es una joya absoluta. Si la memoria no me falla, fue la primera peli que vi en el cine, con unos cuatro años, y desde entonces, se quedó anclada en mi infancia como una gema. Lo curioso es que se estrenó apenas una semana después de la primera de Piratas del Caribe en 2003, resultando en un fracaso de taquilla estrepitoso que a punto estuvo de mandar a DreamWorks al otro barrio.
Lo tiene absolutamente todo. Tiene un ritmo delirante, como si Tim Johnson y Patrick Gilmore se hubiesen puesto de éxtasis hasta las cejas y los animadores no tuvieran una familia esperándolos en casa por las noches. Tiene batallas navales, diosas maquiavélicas, monstruos nacidos de constelaciones, robos en palacios, incursiones en el Tártaro, ejecuciones públicas, rescates en ruinas heladas, un junco de velas rojas equipado con cuchillas a babor y a estribor surcando las aguas del Mediterráneo, sirenas hechas de agua y espuma, piratas, príncipes, antiguas amistades, un amor prohibido y promesas peligrosas. Todo ello aderezado con un humor muy sutil y probablemente la mejor banda sonora en la historia de la animación. Y, lo más importante, todo comprimido en hora y media (créditos incluidos).
Sinbad es una versión que ciertamente no es una adaptación tradicional de los clásicos relatos de Las mil y una noches, contextualizados en el Medio Oriente y protagonizados por uno de los mayores héroes de la ficción. En su lugar, lo que tenemos aquí es una versión grecorromana que tiene muy poco que ver con la historia clásica del marino.
Para ser sinceros, esta película podría considerarse fácilmente como una reinterpretación de la historia griega de Jasón y los argonautas en lugar de un relato de Sinbad, ya que la mayoría de los personajes y criaturas provienen de la mitología griega. Si no voy errado, el único monstruo que pertenece al relato original es el Roc, una enorme ave de presa mitológica originaria de las leyendas del Medio Oriente. Pero vaya, que eso es lo de menos y, una vez sentado en el sofá con un bol de palomitas en el regazo, todo el background literario te importa un carajo.
La animación en esta película está para entrar a vivir y, de hecho, fue el último largometraje animado en 2D que DreamWorks lanzó. Es más, muchas de las criaturas mitológicas están hechas con CGI, por lo que las escenas de acción comparten 2D y 3D simultáneamente.
La trama gira en torno a un absurdo mcguffin, el "Libro de la Paz", equivalente a la pata de conejo en Misión Imposible 3, que la diosa Eris quiere robar y que literalmente embebe en sí mismo el significado de la lucha por el poder (y el equilibrio meteorológico). En serio, es MDMA en vena. Y qué decir de Eris… solo por el doblaje de Michelle Pfeiffer merece la pena darle una oportunidad. Probablemente la diosa de la discordia tenga uno de los mejores diseños de personaje de la década de los 2000, con ese constante contoneo, esos manierismos entre seductora y serpiente escurridiza, evaporándose en forma de humo y haciéndose corpórea a placer. ¡Y ese pelo! Como sumergido en agua y narcotizado por sus movimientos. Sibilina, genuinamente atractiva, y probablemente diera rienda suelta a las fantasías de más de uno en busca de una cabrona emo carismática.
La película sigue al ingenioso Sinbad y su multicultural tripulación de desarrapados en su intento de jubilares en las Fiyi. Pero el plan de retiro se les tuerce en el último golpe: robar en alta mar el “Libro de la Paz”, que no deja de ser un ebook retroiluminado con el poder de crear seísmos de 4.5 en la escala de Richter, y pedir un rescate por él al rey de Siracusa.
Cuando abordan el barco que transporta el libro, nos encontramos de lleno con el primer giro de guion en menos de cinco minutos de metraje: el capitán encargado de protegerlo es el viejo amigo de la infancia de Sinbad, el príncipe heredero de Siracusa. Este le cuenta que el libro tiene poderes protectores y que lo necesitan en su ciudad, así que robarlo sería, digamos, una jugada bastante sucia por parte de Sinbad. Y justo cuando están a punto de medirse a espadazos para ver quién se lo lleva consigo, ambos barcos son atacados por Cetus, un kraken de la mitología griega que acaba de ser lanzado desde la cúpula celeste por Eris. Los motivos de Eris: estar hasta el coño de aburrimiento.
Bueno, eso y ser fan del trabajo de Sinbad, por lo que le propone un trato tras ser arrancado de cubierta por un tentáculo: si le entrega a ella el libro, le dará un sueldo Nescafé para poderse jubilar durante diez vidas.
Y aquí debería acabar la historia…
Si tan solo fuera tan fácil romper un trato con una diosa.
Divertida con el inesperado cambio de opinión de Sinbad, Eris decide tomar cartas en el asunto: roba el resplandeciente libro del palacio de Siracusa en modo Ethan Hunt y, de paso, lo incrimina a él. A partir de aquí, la película da rienda suelta a la mandanguita.
La acción es magistral y está regada constantemente por toques de humor. Es físicamente imposible agarrar con los dientes la espada de un adversario en mitad de un duelo, pero… ¿y lo guapo que está? O convertir un barco en un ala delta capaz de flotar en el vacío, o esquiar encima de un escudo a través de las Minas de Moria, o hacer apuestas sobre si la Tierra es plana o esférica justo al filo del fin del mundo… Me podría pasar horas alabando la creatividad de esta película.
Pero no sería justo terminar este post sin hablar del trabajazo que se marcó Harry Gregson-Williams como compositor de la banda sonora. Esto sí que no tiene nombre y, para demostrároslo, dejo a continuación algunos de los temas principales:
Sí, fue un fracaso en taquilla, pero que no os quepa la menor duda de que DreamWorks le pasó la mano por la cara a Disney con Sinbad: La leyenda de los siete mares, convirtiéndola en una película de culto para aquellos que nos criamos con ella. Si todavía no la habéis visto, echadle un ojo. Amadla, odiadla… pasad un buen rato en familia y gozad de la nostalgia de los 2000.
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